Ariel tiene 40 años y vive en Rio de Janeiro hace poco más de diez años. La ciudad maravillosa lo recibió con los brazos abiertos después de una travesía que todavía le parece un sueño. Hoy vive de la venta de empanadas en Pedra do Sal, el lugar donde nació el samba y busca compueblanos que quieran compartir su experiencia.
Para contar esta historia es necesario empezar por el final. En Instagram con colores llamativos Ariel Valdéz publicó una invitación a “amigos de Esquina Corrientes que quieran trabajar en Rio de Janeiro vendiendo empanadas”. Por supuesto, la propuesta tuvo muchísimos interesados, y en diario época la pregunta que impulsó esta nota fue: ¿quién es este joven emprendedor que quiere dar trabajo y alojamiento a sus compueblanos?
Por supuesto, el primer contacto fue a través de la red social de Meta. Pocos minutos después, un sábado a la tarde y con gran simpatía Ariel respondió rápidamente. Un intercambio de números para hablar a través de WhatsApp fue el inicio de esta charla que se mantuvo durante varios días. La historia comenzó en 2012 cuando el joven nacido en Esquina, ciudad ubicada a 320 kilómetros de la capital correntina, vivía con su hermana y su cuñado en Rosario (Santa Fe) donde estudiaba para ser personal trainer o preparador físico personal.
Su vida de estudiante en Rosario también tenía un lado B en Esquina, donde trabajaba vendiendo ropa “para ganarme la vida”. Fue en una de esas estadías en la ciudad del Sur correntino que, mientras estaba entrenando en la playa “a las 2 de la tarde en enero me hice amigo de un hombre que me contó que tenía negocios en Brasil y le pedí que me diera alguna idea de cómo salir adelante porque la situación económica ya se estaba complicando”, relató Ariel.
“Él me ofreció una casa para cuidar en las playas de São Paulo y como estaba estudiando para personal trainer me pareció que podía encajar en ese lugar”, recuerda el joven. Sin embargo, después del verano volvió a Rosario para continuar con sus estudios y otra coincidencia del destino lo llevó a conocer a otro joven con el que una triste casualidad los acercó.
“En medio del curso conozco a Sergio, un chico de Rosario que acababa de perder un hermano de nombre Ariel. Para mi fue fuerte porque yo había perdido a un amigo que era muy parecido a él. Eso nos aproximó y le propuse terminar el curso e ir a vivir a Brasil a la casa de ese amigo que hice en las playas de Esquina”, contó Ariel a través del teléfono con el mismo entusiasmo que lo animó durante aquellos años.
Como en una película, la suma de eventualidades lo estaba llevando a caminar el sendero que lo iba a acercar a un sueño que tenía desde pequeño. “Cuando tenía 11 años yo soñaba con ir a vivir a un lugar con playas; y cuando terminé la carrera hicimos los bolsos y emprendimos un viaje ‘a dedo’ para disminuir gastos”, rememoró entre risas.
El punto de partida fue Esquina, una estación de servicio que está sobre la Ruta Nacional N° 12. Desde allí un camionero los llevó hasta Corrientes Capital primero y después hasta las Cataratas del Iguazú. Precisamente, recorriendo los imponentes saltos de una de las maravillas del mundo “conocimos a Sandra, una mujer brasilera que nos llevó hasta São Paulo, uno de los tramos más largos del camino. Nosotros en Cataratas habíamos dormido en un camping, con carpa; pero al llegar a São Paulo, Sandra nos pagó un hotel, así que ¡Brasil nos recibía con los brazos abiertos!”, repasó el joven esquinense.
Una vez en São Paulo se encontraron con el viejo amigo que había conocido en la playa de Esquina. “Era pleno invierno, pero comenzamos a trabajar en la playa. Era un sueño”, dijo Ariel. Estuvieron cinco meses allí hasta que “quisimos emprender la aventura de ir hasta Río de Janeiro en bicicleta. Teníamos 700 kilómetros de distancia y 100 reales en el bolso, pero mucha energía para realizar esa aventura. Fueron siete días de pedal donde también conocimos lugares maravillosos y personas muy buenas hasta que llegamos a Río de Janeiro”.
Como si fuera hoy, Ariel recuerda que llegaron a la ciudad maravillosa un domingo: “las playas estaban llenas de gente, era todo un sueño estar ahí”. Los días fueron pasando, conocieron mucha gente, y una de ellas fue una joven que tenía un departamento en Pedra Do Sal, lugar histórico de Río de Janeiro donde nació el samba.
“Es un lugar por donde pasa mucho de la historia de Brasil y de Río de Janeiro. Llegamos al departamento, era viernes y yo sin dinero”, dice entre risas hoy después que pasó el tiempo. “Me hice la pregunta clave: ¿cómo voy a ganarme la vida acá? Dios me dio un dato: tenía mucha gente escuchando música alrededor de unos sambistas y se me ocurrió venderles empanadas argentinas. Con mis últimos 80 reales fui al mercado y compré para hacer empanadas”, dijo.
Sin embargo, había un detalle importante: no sabía cómo hacer empanadas. “Recordé que la mamá de un amigo hacía unas empanadas riquísimas así que le pregunté cómo las hacían y me largué. Viernes a la noche, me vestí de gaucho para dar aquella presencia que me caracteriza, frité mis empanadas y fui a la calle. En menos de una hora vendí todo y quedé sorprendido por cómo le gustaban mis empanadas”, ríe Ariel mientras cuenta su historia.
El emprendimiento arrancó en medio de una noche de samba en un lugar histórico de Río. Nada podía salir mal y así fue. “Pasaron los días, me fui fortaleciendo, profesionalizando”, dijo y eso no fue todo porque “con el paso del tiempo me sentí mejor con el idioma ya que no hablaba nada portugués, pero me adapté, me encontré en esta ciudad, me enamoré y quedé más fuerte aún”, resumió el entrenador profesional convertido en especialista de empanadas argentinas en Río de Janeiro.
“Pasaron los años y llamé a mis amigos para trabajar aquí conmigo. Quería que todos mis amigos conozcan esta hermosa ciudad. Y conseguí mi primer objetivo: comprar un departamento, pequeño, pero ¡mío! Fue mi mejor jugada. La vida me sonríe”, exclamó Ariel a través del teléfono en la charla con diario época.
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