Agustin Vazquez
“¡Hacelos mierda!”, escuchó Ibañez. Era el suboficial Juan Jose Vaccaro quien le gritaba, a medida que se arrastraba herido, junto al cabo segundo Carlos Bengochea. Habían sido alcanzados por las ráfagas de dos Sea Harrier FRS.1.
Su compañero Julio Omar Benítez yacía muerto sobre la amertralladora browing de 12,7 mm. Un agujero de sangre asomaba por el abdomen y daba una horrible imagen en medio del caos reinante. El avión ingles comenzaba a dar la vuelta para propinar el golpe final…
Unas horas antes de aquel fatídico 22 de mayo de 1982, el cabo Jose Raúl Ibañez se encontraba en la sala de máquinas a bordo del Guardacostas PNA GC-83 "Río Iguazú". El navío de prefectura había llegado a las Islas Malvinas (junto al Guardacostas GC-82 "Islas Malvinas") para prestar funciones como autoridad marítima de policía sobre navegación y seguridad de los puertos. El “Río Iguazú” contaba con una tripulación de 15 hombres al mando del subprefecto Eduardo A. Olmedo.
Una nueva misión había sido encomendada a Olmedo y sus camaradas. Tenían que transportar a Puerto Darwin a 19 hombres del Ejército y dos cañones Oto Melara de 105 mm. La madrugada del 22 de mayo se presentaba con olas que llegaban a más de tres metros de alto, acrecentando los nervios de la tripulación. El trayecto transcurrió con una tensa e invisible calma; atentos, preparados… listos para cualquier cosa. Pronto serían puestos a prueba…
Estando próximos a Darwin reciben por radio la señal de alarma roja en la zona. La guerra se les venía encima. Rápidamente, como por arte de magia, dos aviones Sea Harrier FRS.1. atraviesan los cielos por encima del Guardacostas. El sonido tronador y demencial hace eco en lo más profundo del alma. Sin pensarlo dos veces, Olmedo toca zafarrancho de combate. Cada hombre abordo sabe qué hacer, donde estar parado y que funciones cumplir. Los mecanismos aceitados de la disciplina y el orden no tardan en hacerle frente al ataque del enemigo.
Las dos ametralladoras de 12,7 mm ubicadas en la popa fueron atendidas por el cabo Bengoechea y Benítez junto al suboficial Vaccaro (quien ordenaba el tiro). El primer ataque fue atroz: las ráfagas británicas impactaron en la zona de babor, afectando el cargador de baterías, el banco de trabajo y el cielorraso. Sobre la cubierta, los tres servidores de las ametralladoras se desangraban tras recibir la andanada mortal.
Las dos ametralladoras de 12,7 mm ubicadas en la popa fueron atendidas por el cabo Bengoechea y Benítez junto al suboficial Vaccaro (quien ordenaba el tiro). El primer ataque fue atroz: las ráfagas británicas impactaron en la zona de babor, afectando el cargador de baterías, el banco de trabajo y el cielorraso. Sobre la cubierta, los tres servidores de las ametralladoras se desangraban tras recibir la andanada mortal.
En la sala de máquinas, el agua comenzaba a ingresar de forma incontrolable, a pesar de poner en funcionamiento dos bombas para extraerla. El daño estaba consumado e Ibañez no podía hacer mucho más en su posición. Dando largos pasos llegó hasta el intercomunicador y llamó al puente de mando (comunicándose con el subprefecto Olmedo) y le informó las novedades urgentes del caso.
-“Dejá todo como está, abandoná la sala de maquinas que yo voy a aproximarme a la costa", le ordeno su superior.
Con el agua en la cintura, Ibañez se acerca lentamente a la pequeña escalera que lo lleva hasta la cubierta del Río Iguazú. Una visión apocalíptica impacta sus ojos: su amigo Julio Omar Benítez yace inmóvil sobre su posición, aún aferrado por los tirantes y el cinturón a la ametralladora. Vaccaro y Bengochea se retuercen por las heridas… y, como si fuese parte de un demencial destino, los aviones enemigos dan la vuelta para arremeter una vez más sobre el agujereado Guardacostas. No era una lucha de igual condiciones: la munición de 30 mm de los Sea Harrier cortaban todo a su paso.
Ibañez no pierde el tiempo. Debe actuar o todo terminaría en esos instantes. Se dirige a la ametralladora de Benitez y lo saca del camino. Metódicamente se coloca al mando de la ensangrentada browing y apunta hacia el ave metálica que descendía en picada. En palabras de su protagonista:
Ibañez no pierde el tiempo. Debe actuar o todo terminaría en esos instantes. Se dirige a la ametralladora de Benitez y lo saca del camino. Metódicamente se coloca al mando de la ensangrentada browing y apunta hacia el ave metálica que descendía en picada. En palabras de su protagonista:
“Cuando estoy subiendo la escalera y quedo a medio cuerpo, veo a Vaccaro y Bengoechea arrastrándose y que me gritan: "!Hacélos mierda!" Yo no entendía nada, levanto la vista y veo arriba mío un avión en picada. Ahí atropello el cuerpo ya sin vida de Benítez, que había quedado encogido con la herida en el abdomen, le saco el cinturón que lo sostenía, y me pongo al frente de la ametralladora Browning 12,7 mm. En ese instante siento que los motores del guardacostas se aceleran, y el Harrier comienza a abrir fuego en ráfagas. Yo le tiré adelante al avión y se comió la cortina de la 12.7. Segundos después comenzó a largar una densa estela de humo, pasó casi sobre nosotros y comenzó a perder altura. Finalmente cayó al mar".
“Se terminó”, pensó. Aunque fueron minutos, aún se hallaba aturdido por las turbinas de los aparatos enemigos. El Guardacostas “Río Iguazu” encalló cerca de la costa, y comenzó a descargar los heridos. Había quedado prácticamente inutilizable, con marcas del combate en toda su estructura. Los heridos fueron evacuados por un helicóptero de la Fuerza Aérea hacia Puerto Argentino, mientras que los demás tripulantes quedaron en un islote sin salida cerca de Darwin hasta el día siguiente, el 23, cuando fueron rescatados por otro helicóptero.
El día 24 le dieron sepultura a Julio Omar Benitez en el Cementerio de Darwin, habiendo merecido la condecoración "La Nación Argentina al Muerto en Combate", y su ascenso post mortem al grado inmediato superior - Cabo Primero - con fecha 24 de mayo de 1982. Tenía 20 años al momento de su fallecimiento.
Desde el principio, Ibañez quiso que Benitez recibiera el merito por haber derribado el Sea Harrier. La humildad del correntino fue enorme; a pesar de ello, sus camaradas Vaccaro y Bengoechea (quienes habían sido testigos de la hazaña) dieron los detalles exactos.
Este acto de heroísmo y valentía le valió la máxima condecoración a Jose Raúl Ibañez: “La Cruz al Heroico Valor en Combate”, siendo uno de solo 21 soldados y oficiales en recibir dicha medalla durante La Guerra de Malvinas.
Pero Ibañez se mantiene fiel a su naturaleza y siempre afirma que “la distinción no la logró él solo, sino que lo hizo una tripulación de un guardacostas integrante de nuestra querida institución”. No puede evitar emocionarse cada vez que hace referencia a la medalla y su compañero Benitez.
La vida de este héroe nacido en Pueblo Libertador (Corrientes) sigue ligada a su amada Prefectura Nacional Argentina. Ha logrado el rango de Ayudante Mayor y todavía continua con las mismas ganas de prestar servicio a su patria como cuando ingresó por primera vez siendo un joven en 1979. Un enorme sostén ha sido su familia, sus hijos y su esposa Susana. Con palabras simples y sinceras, pude conocerlo y sentir como su presencia ejemplifica un profundo amor a la nación.
Personas como él (y todos los Veteranos de Guerra de Malvinas) son, sin lugar a duda alguna, el pilar que sostiene a la sociedad en momentos de zozobra y angustia. Su lucha nunca pasará al olvido, ya que un pueblo sostiene una deuda impagable con cada uno de ellos.
Un orgullo poder conocerlo, Ayudante Mayor VGM Jose Raul Ibañez!
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